Los astrólogos dicen que si se sueña con el circo, y está allí disfrutándose, significa una satisfacción con su entorno actual. Los astrólogos dicen también que si se sueña solo que va al circo, significa que otros no lo entienden, que les da una impresión equivocada a los demás. Y si se sueña con una especie de caos en el circo, su vida está fuera de control, y requiere orden y organización (1). A pesar de cualquier discusión sobre la validez de estas predicciones e interpretaciones, la opinión popular del circo, ya introduce un cierto desequilibrio. Es este desequilibrio, o dicotomía (de una variedad de opuestos), acompañada por el vago espacio en medio, lo que crea al hilo persistente y la tensión profunda en Paseo en trapecio, la novela de Gustavo Sainz.
Además de ser una fuente de diversiones, entretenimientos y anécdotas fragmentadas, el circo como metáfora se presenta en la novela como un escenario complejo. A primera vista el circo es una colección de personajes, animales, música y actos que se unen en un gran espectáculo que apela a todos los sentidos de la gente que lo ve. Los payasos, los elefantes, los enanos, los equilibristas, los tigres, las focas: Todos representan un talento o un número distinto debajo de una carpa que, de alguna manera, forma parte de un orden más grande. De este modo, el circo es una colección de todo lo caótico que una vez refleja la naturaleza y también contiene un toque de la civilización. No es accidente que unas domadoras gemelas, vestidas de trajes de lentejuelas, trabajen con los tigres, fieras feroces de la selva que habitan una jaula (o que deben habitarla). Esta yuxtaposición es solo una entre muchas que se encuentran en las páginas, en los sueños y en las memorias del protagonista.
El narrador, que ya está muerto, salta de una forma a otra forma y de pensamiento a otro por la novela, acordándose de eventos pasados y, sobretodo, sentimientos pasados de su amante Adela. No se sabe exactamente lo que pasó de verdad y lo que crea el narrador, pero la línea entre la realidad y el sueño se hace cada vez más borrosa. Además, no importa la diferencia. Al principio de la novela, el muerto está dentro de la forma de un perro, corriendo por las calles de la ciudad, y sigue transformándose en otros seres y cuerpos. Si es verdad que “todo animal se encuentra latente en el hombre”, el narrador se pone dentro de los animales que lo preceden; de verdad “es un mono incluso un mono desnudo” (2). Esta unidad entre los seres humanos y los otros animales, entonces, se refleja lo más evidente en el tigre y su fuga. El tigre como símbolo de lo salvaje del hombre queda perfectamente cuando se escapa, aterrorizando a la gente, por lo menos en la imaginación del muerto:
“!a ti! decían con cierta alarma tú y todo culminaba con esa palabra o pelambra o peligre tenías que haber escrito el borrador del manifiesto podían matarte ¿no sabes? ¿dónde te has metido? ¿yo? pero a esta hora ese tigre tendrá hambre y devorará niños o animales la policía no había empezado a buscarlo ¿a mí? ¡tú! además el tigre quizá no estaba suelto era una maniobra de distracción una metáfora sólo tú podrías averiguarlo…” (3)
El tigre entonces corre con libertad como querría correr la naturaleza feroz de un hombre atrapado, o quizás más preciso, el deseo del hombre. Este deseo no está ni en el cuerpo ni en lo espiritual precisamente, sino en algo, más allá, guardado en un lugar no fijado entre la dicotomía.
El caos del circo ya mencionado, el caos que está ubicado a la vez en la ciudad y en la selva, también es un caos que se manifiesta en medio de la vida y la muerte, en un espacio vago de tiempo. “¿Has visto mi circo?”, el protagonista pregunta en un momento (4). Después del final tal vez hay más: “¿Han visto (todo de) este circo?”.
El circo es el caos de la vida y la muerte, especialmente la línea difusa que fluctúa entre los dos.
En las palabras en paréntesis, las que, de un lado, dan forma al mensaje.
Es un juego de personajes, de animales, de pensamientos que se ven durante la vida y los sueños.
Es lo absurdo de los sueños.
Es un juego de palabras que existe dentro de las páginas de esta novela, que se manifiestan en los trucos del cambio del narrador, en lo que oscila entre lo cotidiano y lo extraño y profundo.
Es el no lugar, la falta de poder localizarse, el estado confuso de no estar en ninguna parte.
Además de caótico, de esta manera, el circo, en fin, representa una transitoriedad, la misma transitoriedad en que se encuentra el protagonista durante sus viajes por formas, sitios y memorias. Así se introduce el circo por primera vez en la novela:
“¿Han visto el circo cuando se retira?, quiso preguntar y se conformó con interrogarse a sí mismo, ¿han visto al circo irse dejando el lugar de los prodigios oscurecido, dejando vacío el aire adonde estuvo la tienda gigantesca, dejando oscuridad y silencio de muerte adonde hubo luz y música que quedarán tan sólo en el recuerdo…?” (5)
Como los circos y todos los que forman parte del espectáculo siempre están de camino, viajando entre ciudades, nunca se establecen en una especie de casa fija. La permanencia no existe. Es como si todo el mundo les diera la bienvenida por un periodo limitado, y cuando esta bienvenida se acaba (inevitablemente), ya los payasos, enanos, y domadores recogen su equipo y sus vidas y los llevan al próximo lugar. El hombre también se siente así:
“sabía que el miedo a la soledad no era otra cosa que la angustia del doble porque la soledad era un estar angustiadamente consigo mismo es decir es decir con el doble es decir con la muerte nada es la tierra que los hombres miden y por la que matan y mueren aunque esta vez no se creía muerto sino dividido extrañamente dividido entre uno que sabía insomne y otro que no sabía dormido aquí estoy ¿no me sientes?” (6).
Con todo esto, la novela Paseo en trapecio trata más del caos y de la confusión
de la vida y lo que sigue a la vida en los que se sienten perdidos. Es verdad que el protagonista, por la novela entera, existe en el desorden que viene después de la muerte, un desorden que resulta de una situación tal vez no resuelta con Adela y sus hijos y las circunstancias de su muerte. Aquí el sueño se presenta como un entorno perfecto para empezar a resolver estos problemas, como los pensamientos del narrador se convierten en escenas del circo, del restoran y de la cama. Como siempre en sus novelas innovadoras, Sainz une la forma y el contenido en una estructura vinculada que aquí quita toda puntuación a la historia, excepto a las elipsis, lo cual le permite escribir entre la realidad y el sueño, la vida y la muerte, con una fluidez necesaria para el desarrollo del “no lugar”.
En un momento al final, parece que el hombre que se localiza en un nivel en el circo, y consecuentemente en la temporalidad, encuentra un lugar, una casa, en el cuerpo humano. Sueña con Adela y se acuerda de su cuerpo amado y de la certidumbre que lo conduce a eso:
“se disputaban el espacio infinito de su piel cada milímetro de de su doble cuerpo de sus cuerpos como una boca que captara señales provenientes del universo y despidiera otras se erizara de tentáculos en puertas entre el fuera y el dentro respiración donde se confundían lo alto y lo bajo lo horizontal y lo vertical lo redondo y lo ondulado lo profundo y lo superficial lo húmedo y lo sudado lo liso y el volumen la curva y la recta lo duro y lo blando ella recorriendo todas las partes de él y él era el mundo y el mundo era ella…” (7)
Los sentidos físicos, tan concretos y limitados, parecen desacatar las reglas del
circo y su transitoriedad, y le dan al protagonista un sitio concreto en donde pueda imaginarse. Pero en fin, él vuelve a su temporalidad que consiste en su memoria fragmentada:
“más que pensamientos volvía a pensar jirones de pensamientos como los recuerdos que lo lastimaban porque nunca podría volver a poseerlos sus pensamientos se acercaban y se perdían como crestas en las olas de la memoria no toleraba abundancia de conexiones proliferaciones de datos ningún documento sino que aspiraban al espacio interestelar a un vacío en el que se pudiera sobrevivir uno junto al otro hubiera preferido que fueran recuerdos de otros nunca suyos o recuerdos de nadie anónimos permanentemente confundidos e indistinguibles…” (8).
Como ya se sabe, esta memoria fragmentada no existe en ningún lugar sino en la impermanencia. Al final ni siquiera el circo puede ser destrozado por los payasos, ya que refleja la transitoriedad que ocupa un espacio en medio de la vida y la muerte y los sitios mundiales. El narrador guarda muy poco: “pero de él no había quedado nada apenas y un espacio en la cama poco notorio verdaderamente imperceptible después nada más quizás su nombre alguna fotografía” (9). El lector sin embargo se queda con la imagen deel circo y todo lo que representa, o más preciso, todo lo que nunca podría representar.
“aquí estoy ¿no me sientes?…”
Pero ese “aquí” no está en ninguna parte.
- Una búsqueda en Internet revela las numerosas interpretaciones, contradictorias y consecuentes, de un sueño con el circo. Aquí las interpretaciones vienen de:
bin/searchcsv.pl?method=exact
http//www.soulfuture,com/dream
- Sainz, Gustavo: Paseo en trapecio. Barcelona, Plaza Janés, 2001. p 103
- Sainz 85.
- Sainz 68.
- Sainz 50.
- Sainz 110.
- Sainz 142.
- Sainz 146.
- Sainz148.